miércoles, 11 de marzo de 2015

ENTRE LA VIDA Y LA LIBERTAD


Por @CDDSA de @VFutura

¿Qué es más importante, la vida o la libertad? No resulta una situación extraña el surgimiento de este cuestionamiento a lo largo de la historia de los seres pensantes que transitan sobre la Tierra. La duda es probablemente amplificada en cuantiosa magnitud luego de guillotinas francesas, e intensificada por masacres de judíos en suelo europeo o por rojas “purgas”. Eventos que, si bien han sido nefastos en sí mismos, han producido, por su desarrollo, un terrible efecto sobre la memoria del hombre. El efecto ha sido el más perverso de todos: la amnesia existencial. Estos eventos históricos lograron diluir las enseñanzas de la civilización que dio a luz al de los pies ligeros; borrando, además, la sabiduría de los que poseían la antigua Laconia: aquellos que, con 300 hombres junto a su rey, dieron, milenios atrás, respuesta a la polémica que aquí nos ocupa. Es por ignorancia de este conocimiento -y gracias a ello- que este Déjà vu… que esta pregunta aún no ha alcanzado su fecha de expiración por medio de una respuesta.

No ha de sorprendernos que, al ubicarnos en este siglo XXI que transcurre, nos encontramos cada vez más lejos de encontrar clausura para esta situación. La modernidad provocó diversos efectos en detrimento y degeneración de diversos campos tales como el arte plástico, la literatura, la música y las ciencias. Dentro de estos efectos de involución individual, de regresión en cuanto a los conceptos y percepciones encontrados en las disciplinas anteriormente mencionadas, debemos ubicar ambos valores: la vida y la libertad. Ambos erróneamente contrapuestos en naturaleza -como némesis- por conceptualizaciones filosóficas de la modernidad, que no solo perpetúan la discusión -contraponiendo ambos términos- sino que, por la superficialidad de sus argumentos, provocan que los mismos términos carezcan de sentido y contenido. Es entonces menester de los hombres del presente, (re)encontrarle respuesta a esta pregunta, que no ha encontrado caducidad, y evitar que esta progresión retrógrada se prolongue.

Realicemos entonces una diferenciación entre existencia y vida. La confusión o mala utilización de ambas palabras, como sinónimos, es uno de los puntos de origen de dicho conflicto. No podemos considerar que todo aquello que se encuentra existiendo está vivo, a pesar de que toda vida requiere de una existencia previa. La existencia abarcaría lo que se encuentra definido médicamente como vida, es decir, en un sentido, implica las capacidades de nacer, crecer, metabolizar, responder a estímulos externos y reproducirse que posee un organismo. Además, existir posee un segundo sentido, en cuanto a la creación de bienes inorgánicos, es decir, los objetos, ya sean éstos muebles o inmuebles. Así, la existencia posee dos sentidos en cuanto a las cosas y los seres; lo que establece que el hombre es parte de la existencia, como a la vez es creador de la misma. La vida demuestra ser un factor no solo excluyente, sino además compuesto por un elemento esencial. Excluyente por el hecho de que solo aquellas cosas existentes, que pueden ejercer la vida, pueden adquirir un calificativo como el de ser vivo. Vivir es, entonces, una facultad de seres orgánicos, ¡y solo de algunos de éstos! debido a que éstos son los únicos que pueden hacer uso de sí mismos y de aquello que los rodea, de forma libre.

La libertad es este elemento que le da génesis a la vida, puesto que ella es el uso de la propia existencia de una forma que satisface la voluntad. La vida es, pues, el uso de la libertad para el alcance de nuestras ambiciones.

Ya habiendo delimitado las diferencias entre existencia y vida, podemos observar, con mayor claridad, que una existencia orgánica -al menos en un sentido filosófico de la palabra- no puede compararse con la vida, que es una cualidad humana por excelencia. Ésto es debido a que solo el hombre, nacido del caos de Dionisio y engendrado por la luz de Apolo, es el único ser que actúa en favor de su propia virtud o interés. Los animales, tanto como los objetos, cumplen una función predeterminada: se encuentran destinados, ya sea por orientación natural o por guía humana, a cumplir un papel. No sucede entonces que un león, por más majestuosidad y fuerza que posea, pueda volar, a menos que, dentro de un proceso evolutivo, su ambiente lo obligue a cambiar, a adaptarse, y aún en ese caso no es esta imponente bestia la que decide sobre el cambio. Es aquí donde se muestra la dicotomía entre ambos términos referidos. La existencia es tal, en cuanto a adaptabilidad… acoplamiento al flujo natural y a la predeterminación. La vida lo es en cuanto a la capacidad de elección entre cumplir o no cumplir, hacer o no hacer, ser o no ser. Escoger es vida, mientras que adaptarse es existencia. El Homo Sapiens pasa a ser humano, al reconocer su poder de escogencia. Del mismo modo sucede que, al no reconocer este hecho, el hombre continuará siendo una bestia a merced de la manipulación de la naturaleza o de otros hombres vivos. Reduciría su ser, de esta forma, al mismo papel que cumplen un par de botas: estar a los pies del mundo o de un amo que decide sobre su destino.

Nos encontramos, a lo largo del transcurso de nuestra historia, con dos tipos de personas: el hombre libre, vivo porque escoge por sí mismo y para sí mismo; y con el esclavo, bípedo de apariencia humana, pero solo existente, puesto que cumple un rol colocado por otros y escoge en base a lo que dicta su maestro. Puede afirmarse, entonces, que el hombre solo llega a ser humano al momento de reconocer esta capacidad: la voluntad que reside dentro de sí mismo para elegir. De no hacerlo (ignorando pasivamente la facultad que posee de escoger), ya sea por seguir ciegamente alguna doctrina o por apegarse a pensamientos de índole servil -los cuales crean una sujeción a ideales etéreos y fabrican necesidades falaces-, el hombre pasa a un estado plenamente animal. Ese estado es ajeno a él, pues si bien es cierto que el hombre es animal -parte instinto, pasión carnal- es además
razón: una combinación de luz y penumbra. De ahí nace la libertad del hombre -la cual es génesis de la vida en el mismo-: de estar compuesto por ambos elementos. Ese es su verdadero estado natural, la libertad; porque a diferencia de todo aquello que nada más existe -aquello cuyo ser es servir a otro(s)-, el hombre tiene como propósito servirse solo a sí mismo. El hombre es su propósito. De aquí que todo hombre nace vivo, pues todo hombre nace libre. Y así muere, pasando a existir al momento de considerarse solo razón o solo instinto, ya que al ignorar una de sus partes, pasa a ser esclavo de aquella que persigue. No resulta extraño, entonces, que el primer paso a la dominación del hombre es la cercenadura de su percepción, evitando que éste se reconozca como un todo.

Determinar qué es la libertad se hace necesario entonces, para evitar caer en definiciones elaboradas cobardemente por aquellos temerosos de su propio ser y esencia – aquellos que la describen de manera errada como libertinaje y, en su aspecto mas pérfido, pretenden hacerla pasar por una forma de esclavitud. La libertad es no-dependencia, es decir, el reconocimiento en nosotros mismos de todo lo necesario. Libertad es sabernos completos, encontrando las respuestas a nuestros deseos en nuestro ser; entendiendo que al compartir lazos con otros seres, no nos atamos permanentemente a los mismos y que el propósito de toda relación construida no es más que permitirnos a nosotros mismos un mejor goce o desarrollo de nuestros talentos. El ser humano no necesita complementos -ni espirituales, ni físicos- pues el hombre se encuentra completo.

Alejándonos, mediante este carácter, de cualquier doctrina fundada en el principio de la carencia, de la falta, de la necesidad, seremos capaces de proceder a percatarnos de un segundo elemento el cual hace que libertad y libertinaje disten. Nos referimos entonces a la voluntad de hacerse responsable de uno mismo. Al reconocernos como individuos (seres preocupados no por causas divinas, por causas justas, por causas “humanas”, sino por nosotros mismos; pues nosotros, como seres independientes, somos la única y verdadera causa) nos hacemos, de forma directa, responsables por los actos que llevamos a cabo dentro del desarrollo de nuestra libertad. Ningún hombre verdaderamente libre le daría poder a otro sobre su destino -justificando su incompetencia o errores, con el efecto de acciones humanas ajenas-, pues de esta forma se reduce a sí mismo a esclavo, habiendo escogido éste a su propio amo, al culparlo de sus males. La libertad no es, pues, un regalo graciosamente entregado por gracia estelar: es LA conquista humana par excellence, fundada en la voluntad.

Vislumbramos así, en lineamientos generales, una definición base para la elaboración de un concepto más específico de libertad. Una definición que, a pesar de no encontrarse desarrollada a plenitud, da a entender la esencia del valor que aquí nos ocupa, comprendiendo su origen y su importancia. Retrocedamos y preguntémonos de nuevo, ya que, en realidad, nosotros sabemos la respuesta que yace dormida en lo profundo de nuestra psique. No en vano (o “por coincidencia”) todos los controles sociopolíticos, o sistemas jurídicos positivos o consuetudinarios, buscan regular la libertad del individuo más que cualquier otro aspecto, intentando sistematizar penalizaciones, sanciones y demás, que quedan cortas -inclusive hoy en día- por la imposibilidad de la ciencia -de cualquier ciencia- de medir el alcance de la libertad. Y aun cuando se afirma que la vida es el valor fundamental preponderante por sobre los demás (vida que, sola, calificaría más como existencia), podemos observar cómo este “derecho” no es absoluto, y cómo puede ser eliminado por la libertad de todo hombre (existiendo casos en los que, inclusive, ese hombre se haya facultado para ello). Pero sucede diferente en caso contrario, ¡porque no hay vida capaz de eliminar la libertad! ya que la libertad es el principio de toda vida; ideal que ha impulsado desde revoluciones hasta invenciones fantásticas. Y los ideales, como se ha demostrado a lo largo de la historia y en todos los tiempos, son a prueba de balas.

En este orden de ideas, la libertad es más importante que la vida. Siempre lo ha sido. Y no solo porque la libertad es la que da origen a la verdadera vida -diferente de la existencia antropomórficamente humana que es esencialmente la que reside en ser una herramienta-, sino porque, además, todo aquello grande, toda acción que repercute en nuestra memoria y hace eco en los anales del tiempo, es resultado de la persecución del deseo propio. La trascendencia terrenal es el resultado de perseguir nuestra libertad. Todo aquel que realmente se aferra a su libertad y está dispuesto a sacrificar su vida en esa defensa, se hace inmortal. Mientras tanto, todos aquellos que buscan prolongar su vida sacrificando su libertad, mueren antes de tiempo… en silencio y miserablemente, al verse más como bestias que como hombres. Es así, pues, que en la Venezuela Futura debemos perseguir el ser libres para estar vivos, pues un pueblo que añora más un «buen vivir» que vivir libre, es un pueblo sumiso, fácil de dominar… – es un pueblo muerto.
 
Aut libertas aut nihil.

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