Abordar el nacionalismo venezolano implica superar toda discusión enmarcada en la inmediatez y banalidad de la política venezolana de los últimos 60 años. Nuestro nacionalismo se proyecta en razón de forjar un rumbo que atienda los problemas más inmediatos que aquejan a los ciudadanos, y que permita a las venideras generaciones heredar un país con porvenir; donde los valores fundamentales que nos caractericen como venezolanos sean la responsabilidad y el sentido del deber.
Para lograr esta noble y fundacional tarea, es vital revisar nuestra historia bajo una muy franca y abierta perspectiva. Esto quiere decir que hay que evitar toda pretensión de encasillamiento subjetivo, que pretenda privilegiar tal o cual período de nuestra historia.
Las manipulaciones de la historia -hechas por demagogos para traficar con las esperanzas de los ciudadanos- tienen como fin ulterior la dominación y el sometimiento a base del enfrentamiento entre venezolanos; sembrando de este modo rabia, ira y rencor. Esto tiene que finalizar.
La conformación de la comunidad política en torno a la Nación venezolana (su desarrollo y unidad, alrededor de los cuales todos los ciudadanos marchan, aceptando y asumiendo la importancia y envergadura de los roles sociales), necesita de un profundo conocimiento de la historia – tanto como elemento unificador como coadyuvante para su destino.
Los casos más emblemáticos de sesgo sectario hacia una u otra parte de nuestra historia, se evidencian con aquellos que defienden un hispanismo a ultranza -como epicentro exclusivo en la expresión contemporánea de nuestra cultura-, versus aquellos que lo reniegan y destruyen nuestra historia basándose en unas exacerbadas reivindicaciones indigenistas.
La especial insistencia en no exaltar, de manera aislada, dichos períodos, obedece no sólo a la necesidad histórica de unificación nacional, sino también a la obligación de eliminar cualquier pretensión de pugna étnica estéril y desvirtuada – visto el profundo mestizaje de nuestra Nación.
Categóricamente podemos recalcar que nuestro arquetipo nacionalista no está fundamentado en “superioridades” de razas, ni de etnias, ni de culturas, sino en un verdadero elemento unificador del país. El mismo está conformado por las cualidades, las capacidades, el ingenio y la reserva moral de los venezolanos, hechos que nos definen y caracterizan. En honor a este arquetipo es que construimos nuestro nacionalismo; y estamos en el deber de exaltar nuestro espíritu nacional, para que la voluntad de los venezolanos se enrumbe hacia un solo destino: la grandeza de Venezuela.
No menos importante es aclarar que las ficciones ideológicas -como lo son el individualismo y el colectivismo (productos del liberalismo y del marxismo, respectivamente)- gravitan en planos de absoluta relatividad con respecto a nuestro Ideal Nacional.
Nuestro nacionalismo rechaza tanto al individualismo exacerbado, como al colectivismo tenido como fin en sí mismo. Veamos por qué.
Nuestro nacionalismo admite la fortaleza en la unión de todos los nacionales y, además, acepta la realidad hecha persona en la individualidad de todos los seres que componen la sociedad. Pero este pensamiento se diferencia del marxismo, pues no conjuga con la «lucha de clases» ni cualquier otra lucha interna que pueda atentar en contra de la Nación. Por otra parte, no reconoce ningún beneficio en aquellas visiones radicalmente egoístas, propias de los individualismos -como fines en sí mismos-; por ejemplo, el del liberalismo clásico.
Nuestra visión integral de la Nación es totalmente diferente y adversa a la visión colectivista marxista; puesto que ésta, en su afán de aglutinar utópicamente, segrega, divide y opone a los componentes de la sociedad, en la vacua e inútil «lucha de clases». Por otro lado, el liberalismo, al hacer gravitar todo alrededor del bienestar individual, incurre en la atomización social (producto de las tendencias centrífugas nacidas en la pugna por los intereses particulares de cada individuo). Ambas posturas son antinaturales, puesto que lo que une al individuo con la familia y con un todo orgánico llamado sociedad, trasciende el ámbito de las meras apetencias materiales – al que están anclados tanto el liberalismo como el marxismo.
Liberalismo y marxismo son afines en cuanto a esa cosmovisión materialista, que pretende hacer girar todo alrededor de un árido economicismo; que derriba todo vestigio de cultura y tradición, para continuar mercadeando sus bienes o crear autómatas de sistemas mecanicistas.
El nacionalismo venezolano se sobrepone al individualismo liberal y al colectivismo marxista, reconociendo el potencial que posee cada ciudadano venezolano, su rol dentro de la sociedad y la importancia que tiene esa unión (que beneficia a uno y beneficia a todos).
Venezuela hoy necesita de sus hijos. Por ende su rescate, defensa, desarrollo, prosperidad, potencia, libertad y porvenir nos convierten en la esperanza de la Nación: Venezuela como fin absoluto de nuestro trabajo; medio de nuestra realización individual y nacional. Venezuela en la cúspide, y por encima de los partidos o de cualquier interés particular.
Venezuela quiere ORDEN.
Por @NelsonRZ33 de @OrdenVenezuela
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